Hoy me gustaría que centráramos nuestra atención en las tres acciones que aparecen en este pasaje y que veamos esta entrada en Jerusalén como un símbolo de su entrada en nuestras propias vidas:

  1. Dios viene a nosotros.
  2. Dios limpia a su Iglesia.
  3. Dios se prepara para el sacrificio.

Porque, para ser una religión, el cristianismo es bastante peculiar, ya que estas tres acciones empiezan en Dios.

 

Dios viene a nosotros

Lo primero que vemos en el pasaje es que es Dios mismo quien se acerca al ser humano.

Al contrario que en otras religiones en las que sus dioses se mantienen lejanos o se acercan solo para mostrar su autoritarismo, Cristo viene a esta tierra como siervo más que como señor.

Se acerca a los pobres, a los enfermos, a los necesitados, y no duda en interrumpir su actividad cuando alguien necesitado se acercaba a Él.

Del mismo modo, y al contrario que reyes y poderosos, cuando Él hace esta última entrada en Jerusalén no lo hace a lomos de un caballo o una mula, que era lo establecido para unos y otros, sino que lo hace montado en un burro pequeño, la cabalgadura de los pobres.

Al contrario que otras religiones en las que sus adeptos tienen que esforzarse para cumplir ritos que les ayuden a acercarse a sus dioses, en el cristianismo es el propio Dios quien hace ese acercamiento. Es Él quien allana el camino para que pueda producirse ese encuentro.

Cristo habría entrado en Jerusalén aunque ni una sola rama o manto hubiera sido arrojado a sus pies.

 

Dios limpia a su Iglesia

Lo segundo que vemos es que es Dios mismo quien purifica a su iglesia.

Cuando llega a Jerusalén se dirige al Templo para demostrar con hechos la verdad de Dios, y a poner en evidencia, con sus enseñanzas, a quienes pretendían aprovecharse de su posición.

Él expulsó a los que iban al Templo con la única intención de aprovecharse de la espiritualidad de los verdaderos adoradores, y volcó las mesas que no debían estar en ese lugar.

Pero eso solo no era suficiente, sino que volvió para enseñar a los que, de verdad, querían conocer la voluntad de Dios para seguirla.

El pueblo de Dios es un pueblo de adoradores y es Dios mismo quien limpia su iglesia poniendo en evidencia a los que están solo por interés. Luego depende de nosotros tolerar esos comportamientos o no.

Cristo vino para procurarse un pueblo, un cuerpo, santo. Por ello quien se acerca a Dios necesita caminar en santidad.

Algo que es absolutamente imposible para el ser humano, cuyas mejores obras no pasan de ser absolutamente insignificantes y faltas totalmente de santidad.

Por ello Dios nos dejó el Espíritu Santo, para que pudiésemos recibir poder y guía para llevar esa vida que agrada a Dios.

El proveyó de lo necesario para limpiar su iglesia y mantenerla limpia.

Pero este proceso tenía un precio.

 

Dios se prepara para el sacrificio

Había que rescatar al ser humano, había que restituir el daño provocado al romper la relación con Dios.

Pero, ¿cómo valorar una vida humana? ¿Cuál es precio por rescatar a un ser humano? ¿Cuánto estaríamos dispuestos a dar por recuperar nuestras vidas? ¿Quiénes podrían hacer frente a ese pago?

Ninguno.

Una vida humana no tiene precio, y el problema se multiplica si consideramos que Dios está dispuesto a rescatar a toda la humanidad.

Solo Dios podría hacer frente a ese pago, y Dios estuvo dispuesto.

Así que es Dios mismo quien prepara ese sacrificio a través de la persona de Cristo.

Aquél por quien todo fue hecho, como nos recuerda el apóstol Juan en su evangelio (Juan1: 1-3) es dado en pago por su creación.

El justo por los injustos. El Hijo de Dios por los hijos de desobediencia (Colosenses 3: 5-7).

 

Conclusión

Por eso, y aunque para esto no hay fechas inapropiadas, esta es una fecha propicia para recordar lo que Dios hizo por nosotros a través de Cristo.

Para renovar nuestro compromiso para conocer su voluntad y su Palabra, para llenarnos del poder del Espíritu Santo para ponerla en práctica.

Y, sobre todo, para poder compartirla con los necesitados que están esperando que Cristo también entre en su particular Jerusalén.

Así que la cuestión es: ¿vas a ir con Cristo o te vas a limitar a verlo pasar?

 

Imagen por Waiting For The Word (CC) en Flickr

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